El campo en espejo: Estados Unidos y Argentina
El trabajo rural, aunque universal en su esencia de producir alimentos, se transforma de manera radical según el contexto en que se desarrolle. Si se observa en paralelo la realidad de Estados Unidos y Argentina, aparecen diferencias tan marcadas como las que separan la llanura pampeana del Midwest norteamericano.

En Estados Unidos, el campo se organiza bajo un modelo de alta escala, fuerte mecanización y estabilidad institucional. Las granjas familiares han cedido espacio a empresas agroindustriales que integran toda la cadena, desde la semilla hasta la exportación. El productor trabaja con acceso fluido al crédito, previsibilidad en reglas de juego, mercados futuros desarrollados y políticas de seguros agrícolas que amortiguan los riesgos climáticos.
Allí, el tiempo de cosecha es también el tiempo de negocio: la tecnología y la organización hacen que cada hectárea rinda al máximo y que cada decisión tenga respaldo financiero y logístico.
En Argentina, en cambio, el productor rural convive con un escenario mucho más incierto. La tierra fértil y el conocimiento técnico de nuestros chacareros y agrónomos logran rendimientos admirables, incluso comparables con los del Norte. Pero la diferencia está en el contexto: las retenciones, la volatilidad cambiaria, la presión impositiva y la falta de instrumentos de financiamiento generan un clima donde la productividad depende tanto del suelo y la lluvia como de los vaivenes de la política.
Aquí, el trabajo en el campo suele ir acompañado de un ingenio adicional: encontrar formas de sortear la inestabilidad, reinventarse campaña tras campaña y, muchas veces, sobrevivir más que crecer.
La brecha no es de talento ni de esfuerzo. El agricultor argentino trabaja tan duro como el estadounidense, y en muchos casos con más sacrificios personales. La brecha está en la previsibilidad, en la capacidad de planificar a largo plazo. En Estados Unidos, el futuro se proyecta con inversiones; en Argentina, con expectativas y esperanzas.
La conclusión es tan simple como difícil de alcanzar: mientras el agro norteamericano es motor de crecimiento con certezas, el argentino es un gigante con freno de mano. Y la diferencia no está en la tierra, sino en las reglas que la rodean.