Por un lado, los costos de producción siguen siendo elevados, especialmente en un escenario donde la inflación continúa erosionando el poder adquisitivo y las tasas de interés permanecen altas.
Fertilizantes, combustibles, repuestos, fitosanitarios y servicios logísticos están lejos de haber bajado sus valores, y eso presiona los márgenes de rentabilidad del productor, que necesita mucho capital para producir y financiarse.
A esto se suma que, a pesar de algunas correcciones en el mercado de alquileres rurales, se siguen convalidando contratos muy altos por parte de los arrendatarios, en muchos casos por encima de lo recomendable según la ecuación de costos y rendimiento.
Esto genera un escenario donde se produce bajo presión, con metas de rendimiento muy exigentes y poco margen para errores climáticos o de manejo.
El contexto internacional tampoco colabora. Si bien se han registrado repuntes puntuales por factores geopolíticos o climáticos (como las lluvias en el Midwest estadounidense o los ataques en Medio Oriente que impulsan al petróleo), el mercado de granos todavía muestra precios deprimidos respecto de los picos de años anteriores.
Con una demanda global más cautelosa y una oferta abundante desde países como Brasil, Ucrania y EE.UU., los precios actuales no alcanzan para compensar los altos costos internos en Argentina.
Y como si todo esto fuera poco, a partir de junio las retenciones a la soja podrían volver a superar el 30%, lo que implica una transferencia directa del esfuerzo del productor al Estado. Esta carga fiscal —que se suma a otros impuestos nacionales, provinciales y municipales— constituye uno de los principales reclamos del sector, que ve con impotencia cómo gran parte de su rentabilidad se diluye en tributos.
En resumen, aunque la producción no falló, el productor sí siente que el sistema lo empuja al límite: con precios bajos, presión impositiva creciente, costos altos y compromisos de alquiler que no se condicen con la realidad del negocio.
La incertidumbre sobre la política económica y fiscal del segundo semestre, además, alimenta la cautela y paraliza decisiones de inversión, afectando también a industrias conexas como la maquinaria agrícola, los servicios técnicos y el transporte.
El campo vuelve a demostrar su capacidad productiva, pero necesita un entorno más previsible y razonable para seguir siendo el motor económico del país. Hoy, producir en Argentina no es negocio fácil, ni siquiera con buenos rindes.