“El retroceso del 95% histórico al 82% actual de superficie bajo siembra directa debe leerse como una señal de alerta. El desafío es evitar decisiones reactivas que resuelvan una campaña, pero comprometan la sustentabilidad futura”.
Con este mensaje, la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid) dejó en claro su preocupación por el incremento de lotes trabajados con métodos tradicionales de labranza.
En los últimos días, la discusión tomó fuerza luego de que el reconocido agrónomo Ernesto Cruz señalara que la siembra directa “no alcanza para lograr altos rindes”, mencionando problemas de compactación de suelos. A esto se suman las voces de quienes sostienen que, frente al avance de biotipos de malezas resistentes, volver a remover el suelo aparece como una salida inevitable.
En diálogo con Infocampo, el presidente de Aapresid, Marcelo Torres, admitió que “con la siembra directa no alcanza”, aunque subrayó que el camino debe ser evolucionar el sistema, con mayor rotación de cultivos e incorporación de cultivos de servicio.
Desde la entidad recordaron que “la siembra directa es sin dudas uno de los mayores hitos de la agricultura argentina”, destacando su aporte en la reducción de la erosión, mejora en la infiltración de agua, disminución de emisiones de GEI y mayor productividad por hectárea.
Pero la última encuesta de la REM encendió la alarma:
82% de la superficie agrícola nacional se mantiene bajo siembra directa.
18% ya volvió a distintos tipos de labranza.
El retroceso es más marcado en Entre Ríos, Chaco y Santa Fe, donde más del 20% de los suelos se trabajaron con labranza. En provincias como Buenos Aires, Córdoba y Santiago del Estero, si bien los porcentajes son menores, representan grandes superficies en valores absolutos.
El informe de la REM expuso que el 53% de los lotes trabajados con labranza lo hicieron para controlar malezas resistentes o tolerantes a herbicidas. En provincias como Chaco, Santiago del Estero y Santa Fe, ese porcentaje trepa cerca del 70%.
“Es decir, la lucha contra las malezas se convirtió en uno de los principales motivos por el cual se rompe la SD, comprometiendo décadas de construcción de un modelo sustentable”, señaló Aapresid.
Aapresid también citó un trabajo de la FAUBA, en lotes de Carlos Casares con más de 20 años de siembra directa. Allí se evaluó el impacto de la labranza ocasional sobre el banco de semillas de malezas.
Los resultados:
No se redujo significativamente la cantidad ni diversidad de malezas.
La labranza solo produjo redistribución vertical de semillas, que pueden germinar en campañas futuras.
Conclusión: la labranza no es una estrategia efectiva a largo plazo, aunque genere un efecto inmediato de control.
Para la entidad, volver a labrar implica perder cobertura, degradar la estructura del suelo y reducir la capacidad de infiltración de agua, daños que tardan años en revertirse.
La clave, según la REM, es no abandonar la visión integral de la siembra directa, reforzando la diversificación de cultivos, los cultivos de servicio y la intensificación de las rotaciones.
“La agricultura argentina ya demostró que puede liderar en conservación de suelos. El reto ahora es sostener ese logro frente al avance de las malezas y la tentación de los atajos”, concluyó Aapresid.
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