Las intensas precipitaciones registradas en las últimas semanas marcaron un punto de inflexión en la región núcleo y otras áreas productivas del país. Después de varios ciclos con sequías severas, el agua volvió a llenar los perfiles de suelo y a renovar las expectativas para la siembra de maíz y soja, los cultivos más relevantes de la zona.
Sin embargo, el alivio no es uniforme. Mientras en algunos sectores se celebra la recarga hídrica, en otros los excesos ya generan complicaciones productivas y logísticas.
El ingeniero agrónomo Juan Pablo Ioele, consultor permanente en temas agrícolas, explicó que el impacto de las lluvias debe analizarse en dos planos: el beneficio general y las dificultades puntuales.
Por un lado, el agua resulta imprescindible para los cultivos. El maíz, por ejemplo, responde de manera directa a la disponibilidad hídrica inicial, lo que asegura un arranque favorable para quienes planifican siembras tempranas. Según Ioele, esta recarga ofrece la posibilidad de iniciar la campaña con perfiles completos, algo que no se daba hace años.
Pero no todo es positivo. En zonas bajas o con problemas de escurrimiento, las precipitaciones acumuladas —que en algunos casos superaron los 200 a 300 milímetros en pocos días— dejaron lotes anegados y caminos intransitables.
Además, las lluvias intensas arrastraron nutrientes esenciales. Productores que habían invertido en fertilización con urea o en refertilizaciones nitrogenadas para trigo vieron cómo el nitrógeno se lixiviaba, perdiéndose en suelos saturados de agua. Esta situación no solo implica un golpe económico, sino que también obliga a replantear estrategias de manejo en el corto plazo.
La disponibilidad de agua, pese a los contratiempos, cambia el escenario de decisión de muchos productores. Aquellos que dudaban entre optar por un maíz temprano o esperar a un tardío ahora encuentran condiciones más seguras para avanzar en la primera alternativa.
Esto también abre un panorama alentador para la soja. Con perfiles recargados, las siembras previstas para octubre se proyectan en mejores condiciones, lo que podría traducirse en mayores volúmenes de producción en la próxima campaña.
La clave, advierte Ioele, será la regularidad de las lluvias en los próximos meses. Tras un período prolongado de déficit hídrico, contar con suelos cargados es una ventaja. Pero si las precipitaciones continúan concentrándose en eventos extremos, el riesgo de afectar las labores agrícolas y comprometer la productividad vuelve a estar presente.
En palabras del ingeniero: “Vinimos de años malísimos de agua, así que ahora que la tenemos no nos tenemos que quejar. Lo único que tenemos que estar pidiendo es que no sea una primavera en la cual nos tire todo de golpe”.
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